Este mandamiento nos marca el camino de la pureza y de la castidad.
La castidad es la virtud que nos ayuda a integrar nuestra sexualidad de una manera
adecuada, y se opone a todos los comportamientos que puedan dañar nuestra integridad
como personas: la masturbación, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, las
actividades pornográficas, los actos homosexuales.
“La ropa que me pongo, la manera en la que bailo, la forma en que toco o acaricio el
cuerpo del otro, la manera en la que canalizo mis impulsos, lo que veo en la tele o en
internet, las conversaciones que tengo, la forma en la que hablo... Todas son ocasiones
que me ayudan o no a crecer en la pureza”.
“La castidad implica un aprendizaje en el dominio de mí mismo. La alternativa es clara: o
aprendo a controlar mis pasiones e impulsos, o me dejo dominar por ellos. El dominio de
sí mismo es una obra que dura toda la vida, supone un esfuerzo reiterado a lo largo de las
distintas edades. La adolescencia es un momento especial de la vida que requiere un
esfuerzo más intenso, ya que es el momento en que se consolida la propia personalidad,
en la que se despierta a los impulsos sexuales con mucha fuerza”. |