|
Jericó era una antigua ciudad situada a orillas del río Jordán. Sus
habitantes originarios fueron los cananeos. Era una ciudad conocida por
sus palmeras y por la gran muralla que la protegía de los ataques enemigos.
Cuando Josué entró en Canaán, después de los 40 años de caminar por el
desierto, cruzó el río Jordán con todo el pueblo, en solemne procesión, y
llevando el arca de la Alianza en andas. Y se encontraron con la ciudad de
Jericó, que tenía las puertas de sus murallas bien aseguradas por temor a
que estos hombres, llegados del desierto los invadieran.
Josué se preguntaba: ¿Cómo vamos a entrar en esta ciudad tan bien
protegida, con guerreros más fuertes y mejor armados que nosotros? Pero
el Señor le dio a Josué una idea algo insólita: “Tú y tus soldados
marcharán una vez alrededor de la ciudad; así lo harán durante seis
días. Siete sacerdotes llevarán trompetas hechas de cuernos de carneros,
y marcharán frente al arca. El séptimo día, ustedes marcharán siete veces
alrededor de la ciudad, mientras los sacerdotes tocan las trompetas.
Cuando todos escuchen el toque de guerra, el pueblo deberá gritar a voz
en cuello. Entonces los muros de la ciudad se derrumbarán, y cada uno
entrará sin impedimento”. (Jos 6, 3-5).
Así lo hicieron… El séptimo día dieron siete vueltas alrededor de la ciudad
tocando las trompetas, y cuando todo el pueblo empezó a gritar…
¡Las murallas de Jericó se derrumbaron y el pueblo avanzó, y tomó
posesión de la ciudad! |
|