Ana era una profetisa, una mujer santa, sabia y muy viejita que vivía
al servicio del Templo, haciendo ayunos y oraciones. Esto era poco
común, porque las mujeres en esa época solo podían servir a sus
esposos, y después a sus hijos, pero como Ana había quedado viuda
desde muy joven, podía dedicarse a esas cosas.
Era tanta su sabiduría, que cuando vio entrar a una pareja joven al
Templo, para presentar a su hijo primogénito, pudo “ver” que se
trataba del Mesías, del Hijo de Dios por tanto tiempo esperado.
Entonces, llena de gracia y alegría empezó a alabar a Dios cantando
por todo el Templo.
Texto bíblico: Lc 2,36-38 |