Entre el grupo de las mujeres que seguían a Jesús, había una que era la que
sobresalía como líder del grupo. Era María Magdalena.
Junto con los 12 Apóstoles y con María, su madre, María Magdalena fue una
persona muy importante en la vida de Jesús, una gran amiga y discípula que
supo serle fiel hasta el final.
Desde que conoció a Jesús, su vida cambió y comenzó a seguirlo por todas
partes, formando el grupo de mujeres que lo atendían y cuidaban cuando
predicaba de ciudad en ciudad. María de Magdala había conocido el amor y el
perdón del Maestro. Su fe era muy grande, y también su amor y
agradecimiento. Ella también fue una de las mujeres que acompañaba a la
Virgen María y que estuvieron junto a Jesús en el momento de su crucifixión
cuando muchos de sus apóstoles y discípulos se dispersaron. También se
quedó cuando lo bajaron de la cruz y miraba desde lejos cómo José de
Arimatea y Nicodemo ponían el cuerpo de Jesús en el sepulcro y, en la
mañana de la Pascua, tempranito antes de que saliera el sol, ella junto a
otras mujeres se dirigió al sepulcro para llevar perfumes para ungir el cuerpo
de su amado Jesús. Cuando llegaron, encontraron la piedra corrida y la tumba
vacía. María Magdalena, desesperada y triste porque pensaba que alguien
había robado el cuerpo de su Señor, se quedó llorando desconsolada fuera
del sepulcro. Lloraba tanto que sus lágrimas no le permitieron reconocer a
Jesús resucitado junto a ella y lo confundió con un jardinero... pero Jesús la
llamó por su nombre y ella lo reconoció. Ella no dudó un instante, su fe era
muy grande. Enseguida creyó y se postró a sus pies. ¡Lo amaba tanto! Es a
ella a quien el Señor le encarga la misión de llevar la noticia de la
resurrección a los Apóstoles. Por eso ella es también apóstol y es el primer
testigo de la resurrección de Jesús, la primera misionera de la Pascua. |