De entre todas las mujeres del Evangelio, la figura de María sobresale como modelo de discípula. El Evangelio no nos habla
mucho de ella, solo unos pocos relatos: |
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La Anunciación: Lc 1, 26-38
La visita de María a su prima Isabel: Lc 1, 39-56
El nacimiento de Jesús: Lc 2, 7-12.
La presentación de Jesús en el templo: Lc 2, 22-30
La huida a Egipto: Mt 2, 13-15
Jesús perdido en el templo: Lc 2, 41-52
Las bodas de Caná: Jn 2, 1-12
Al pie de la cruz: Jn 19, 25-27 |
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Son muy pocas las palabras que el Evangelio recoge sobre lo que María dijo. Pero esas pocas palabras bastan para medir el
alcance de esta mujer dentro de la historia de la salvación:
En la Anunciación, María responde al Ángel: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Una
frase que nos invita a repetir a todos cada día de nuestra vida. Y en las bodas de Caná, María dice a los servidores una
frase, que pareciera que a lo largo de la historia la repite a todos sus hijos: “Hagan todo lo que Jesús les diga”. También el
Evangelio nos regala el Magníficat, que es un canto de alabanza a Dios que María canta cuando visita a su prima Isabel: |
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“Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. |
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Después, María no dijo nada más. En varias ocasiones, el Evangelio nos cuenta que María permanecía en silencio y
conservaba lo que pasaba en su corazón.
María es la mujer, modelo de creyente para toda la humanidad. Ella mejor que nadie supo escuchar a Dios y decir sí a su
Palabra. Ella mejor que nadie supo contemplar el rostro de Jesús, desde que lo llevaba en su panza, cuando era un bebito,
cuando fue creciendo, cuando salió a anunciar el reino de Dios por todos los pueblos y ciudades. También al pie de la
cruz, cuando Jesús entregaba su vida por amor a todos los hombres. |
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