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¡Esta mujer sí que fue sorprendida en mitad de un
problemón! El Evangelio nos dice que fue
sorprendida en “flagrante adulterio”. Y los escribas
y fariseos, tan sujetos a la Ley de Moisés, estaban a
punto de apedrearla para darle muerte. Pero antes,
quisieron poner a prueba a Jesús y se la llevaron
para ver qué opinaba al respecto. ¡Pobre mujer!
Arrastrada por estos hombres, medio desnuda,
avergonzada, humillada y ¡muerta de miedo! Los
fariseos increpaban a Jesús preguntándole: “Y tú,
¿qué dices?”. Decían esto para ponerlo a prueba,
a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como
insistían, se enderezó y les dijo: “El que no tenga
pecado, que arroje la primera piedra”.
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno
tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús
quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e
incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están
tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le
respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te
condeno”, le dijo Jesús. “Vete, no peques más en
adelante”.
¡Cuánta delicadeza y amor para tratar a una mujer
a la que todos tenían derecho a maltratar!
Texto bíblico: Jn 8, 1-11 |