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Era un grupo de mujeres valientes, arriesgadas y
fuertes que habían decidido seguir a Jesús. El
Evangelio las menciona en diferentes momentos de su
predicación: lo acompañaban, lo ayudaban,
seguramente se ocupaban de cuidarlo, asistirlo con sus
bienes y de prepararle la comida. Pero lo más
importante que hacían era escucharlo y estar con Él a
donde Él estaba. ¡Eran verdaderas discípulas! En esa
época, las mujeres no tenían ningún lugar importante
en la sociedad. Eran simplemente las “madres de” o las
“esposas de”. No tenían derechos, no podían
presentarse como testigo ante un juicio, y, si eran
viudas, no tenían nadie quien las defendiera. ¡No
contaban para nada! Pero parece que Jesús les dio un
lugar importante entre los que lo seguían. Sabemos el
nombre de algunas de ellas, pero no de todas, ya que
el Evangelio suele llamarlas “las mujeres que seguían a
Jesús”. |
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María Magdalena, María (la madre de Santiago y de Juan), la madre de los hijos de Zebedeo, Salomé, Juana (la mujer de
Cusa, un servidor del rey Herodes), Susana, María (la mujer de Cleofás).
¿Qué tenían de especial estas mujeres en una época en que las mujeres no tenían nada de especial? El Evangelio no lo
explica, pero si nos cuenta que eran ellas las que estaban cuando todos salían corriendo muertos de miedo:
Ellas fueron las que estuvieron al pie de la cruz, acompañando a María.
Ellas fueron las que se animaron a ir al sepulcro de madrugada a llevar los perfumes para el cuerpo de Jesús, sin
importarles que las apresaran o las maltrataran.
Ellas fueron las primeras en ver a Jesús resucitado, y el mismo Jesús las constituye como “testigos” de lo que vieron y les
dice: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mt 28, 9-10). Por supuesto que, al principio,
los varones no les creyeron porque pensaron que estaban locas… pero, por las dudas, salieron corriendo a ver si era verdad
lo que ellas decían.
Textos bíblicos: Si querés conocer algo más sobre ellas, buscá en estos textos: Mt 27, 55-56; Mc 15,40-41; Mc 15,40-41;
Lc 8,1-3; Lc 24, 9-12. |
