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veronicaEra un grupo de mujeres de la ciudad de Jerusalén. Habían
salido a las calles de la ciudad para ver a un hombre
condenado a muerte que caminaba llevando la cruz a
cuestas, camino al Gólgota, un monte fuera de las murallas
de la ciudad. Al verlo pasar, quedaron conmovidas: era
Jesús, el hombre que había pasado haciendo el bien y
hablando del amor de Dios por todas las ciudades. ¡Qué
injusticia! ¿Por qué lo habían condenado a semejante
muerte? En su rostro ensangrentado y golpeado, se podía
ver su nobleza y su inocencia. Las mujeres no pudieron
contener las lágrimas y comenzaron a llorar apenadas por la
suerte de Jesús. Entre ellas, se adelantó una, llamada
Verónica, que, conmovida ante tanto dolor, se acercó a
limpiar con su pañuelo el rostro de Jesús. Un sencillo gesto
de piedad entre tanta maldad. Al retirar el pañuelo, vio
que el sudor y la sangre habían dejado estampado el rostro
glorioso de Jesús en él, como un signo de gratitud por su
delicadeza. Jesús, deteniendo su marcha, se dirigió a las
mujeres para decirles: “Hijas de Jerusalén, no lloren por
mí; lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos”.

Ellas fueron las únicas que lloraron el paso de Jesús hacia la
muerte. Y tuvieron compasión de él.

Texto bíblico: Lc 23, 28

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