Son familias muy grandes, con un montón de hijos... Son los hogares llamados Aleluya, que hospedan a los niños que no tienen donde vivir. Reciben a los niños y los atienden como a hijos de su propia familia. Les dan todo lo que necesitan para crecer sanos: alimentos, medicinas, educación... pero, por sobre todas las cosas, el calor y el amor de un hogar.
Cuando Jesús nació, no había lugar para él en ninguna casa de Belén; cuando predicaba, no tenía un lugar para reclinar su cabeza. Todavía hoy sigue golpeando la puerta de «nuestra casa» de nuestro corazón para que le demos alojamiento. |