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SAN PEDRO
Las llaves del Reino

Simón era un humilde pescador, que vivía en la ciudad de Cafarnaún, a orillas del mar de Galilea. Era una ciudad muy importante porque era la ruta obligada para ir a los países vecinos, a Egipto, a la Mesopotamia y al mar. Por allí pasaban muchas caravanas comerciales, había una legión romana y un centurión, una sinagoga importante que estaba a cargo de Jairo y un puesto de recaudación de impuestos en el que trabajaba Mateo.
Una tarde, al llegar cansado a la orilla después de una jornada agotadora, Simón se encontró con una gran multitud de personas que estaban escuchando al Maestro. Era Jesús. Simón se disponía a anclar su barca y a sacar las redes a la costa para limpiarlas, cuando Jesús le pidió que le prestara su barca para poder hablar a la multitud desde el mar, de manera que todos pudieran escucharlo sin dificultad. Después de enseñar a la multitud, dijo a Pedro: «Navega mar adentro, y echa tus redes al mar». ¿Quién podía darle instrucciones a él, que era un pescador de oficio? ¿Qué sentido tenía volver a echar las redes, si habían estado desde la madrugada sin poder pescar nada de nada? Además, las redes estaban recién limpias y ya secas para ser guardadas... Pero algo en el corazón de Simón le decía que tenía que obedecer a Jesús, que era importante hacer lo que Él le indicaba. Simón echó sus redes al mar, y sacó tantos pescados que tuvo que hacer señas a la orilla para que lo vinieran a ayudar. Y arrojándose a los pies de Jesús, le confesó una gran verdad: «Aléjate de mí, porque soy un pecador». Pero Jesús lo eligió para que fuera su discípulo, y le dijo: «No te preocupes; de ahora en adelante, te llamarás Pedro y serás pescador de hombres».
Desde ese momento, Simón Pedro siguió a Jesús por todos lados. Era muy impulsivo y atolondrado. Se entusiasmaba con facilidad y se desalentaba con rapidez. Tenía gran facilidad para hablar, pero a veces hablaba de más... Muchas veces, Jesús tuvo que reprenderlo o volverle a explicar las cosas con paciencia cuando no las entendía. En la última cena, y frente al dolor de Jesús, Pedro le prometió a su maestro: «Yo nunca te abandonaré... estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte», pero Jesús le respondió: «Yo te aseguro que, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces» (Lc 22, 31-34). Y así fue. En los momentos más difíciles y dolorosos, Pedro abandonó a su Maestro, y lo negó tres veces. Al cantar el gallo recordó las palabras de Jesús y lloró amargamente su pecado. Pero Jesús lo amaba así como era, aunque fuera débil y pecador, y perdonó su pecado.
Jesús resucitado estuvo con Pedro varias veces, y una vez a orillas del mar de Galilea le preguntó por tres veces: «Pedro, ¿me amas?», y Pedro lleno de amor le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21, 1-14). Jesús le pidió a Pedro que cuidara de sus ovejas, que se pusiera al frente de sus discípulos para construir la Iglesia. Pedro guió a la primera Iglesia y se convirtió en el primer Papa. Escribió dos cartas para enviar a las Iglesias dispersas por el imperio, que forman parte de los libros del Nuevo Testamento.
Un pescador cobarde y débil se convirtió, por la fuerza de la resurrección, en un luchador fuerte y valiente, que terminó dando su vida por Jesús. Pedro murió en la ciudad de Roma, durante la persecución de Nerón, crucificado cabeza abajo. Sobre su tumba fue construida la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Su fiesta se celebra el 29 de junio.

 
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