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SAN ROQUE GONZÁLEZ
Un corazón misericordioso

La familia González era una familia acaudalada que vivía en Asunción del Paraguay. En 1576 tuvieron un hijo al que llamaron Roque. Él creció en su ciudad, jugando con los hijos de los indios que sus padres tenían como sirvientes trabajando en la casa. Era muy generoso, y siempre aspiró a mejorar las condiciones en las que vivían sus pequeños amigos, sobre todo los que vivían en ranchos, en mitad de la selva. Su corazón estaba lleno de amor a Dios y a sus hermanos. Por eso cuando fue joven, ingresó en el seminario de Asunción y se ordenó sacerdote en 1599. Su gran deseo era atender a los más necesitados, a los indígenas que vivían en la miseria. Roque tenía un gran corazón de misionero, y durante los primeros 10 años de sacerdote, atendió a los indios de esa región: guaycurúes, tapes, tobas, guayrás y tupíes.
Roque se unió a la Compañía de Jesús, los llamados jesuitas (una congregación fundada por san Ignacio de Loyola), que se dedicaban a llevar el Evangelio a América y a los países de Oriente.
Los jesuitas creaban comunidades indígenas respetando sus formas de vida, anunciándoles el Evangelio y bautizándolos, pero sin esclavizarlos como hacían muchas veces los demás. Ellos respetaban su dignidad como personas. Estas comunidades se llamaban reducciones y eran una forma de vida ejemplar. Allí cada uno trabajaba de lo que sabía para el bien de todos. Nadie tenía bienes privados, y todo lo ponían en común. Los jesuitas enseñaban a los indígenas oficios, que ellos podían elegir según sus propias capacidades: albañilería, carpintería, pintura, música, escultura, etc. En las reducciones, se vivía en paz. Los indígenas eran respetados en sus costumbres, podían elegir sus propios jefes según las tribus, realizar fiestas y divertirse según sus tradiciones. A su vez, estos se sentían muy felices de poder conocer a Jesús y su mensaje, que los hacía sentir más dignos como personas.
En el año 1628, Roque fue enviado junto con otros dos misioneros a fundar una reducción en la selva guaraní. Era una misión muy difícil, ya que había un pueblo que vivía dominado por un hechicero llamado Ñezú (que significa hombre cruel), y que tenía a la tribu sumergida en la más grande de las miserias. Ñezú temía perder su poder frente a las reducciones, y mandó a sus seguidores a matar a los jesuitas.
El 15 de noviembre, después de celebrar la misa, Roque estaba trabajando junto a un grupo en la construcción de un campanario, cuando fue atacado por los salvajes y golpeado hasta morir. Junto con él, murieron los otros dos misioneros. Después pusieron sus cuerpos en la capilla y le prendieron fuego a todo. Todo quedó carbonizado, menos el corazón del padre Roque que, por un milagro de Dios, no fue consumido por el fuego! El corazón de este gran misionero se mantiene intacto hasta la actualidad y es venerado como una gran reliquia con mucha devoción en la Argentina y en Paraguay. En 1990, en su honor, se inauguró el Puente Internacional San Roque González de Santa Cruz, que comunica las ciudades de Posadas y Encarnación uniendo a las dos naciones: Argentina y Paraguay.
Los indios escribieron sobre él: «Todos los indios cristianos amaban al padre Roque y lamentaron su muerte; era un verdadero padre para nosotros, y así nos gustaba llamarlo a los indios del Paraná».
El 17 de noviembre se celebra la fiesta de los beatos mártires rioplatenses.

 
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