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De todas las conversiones que aparecen en el santoral, la de san Pablo es sin duda alguna la más importante, no solo por el fruto que produjo en Pablo, sino también porque el mismo hecho aparece narrado en el Nuevo Testamento varias veces.
Saulo de Tarso (que así se llamaba Pablo antes de su conversión) era un judío (fariseo) muy religioso, celoso de su fe, de personalidad enérgica y de mucho conocimiento. Cuando Jesús salió a su encuentro, y se produjo en él la gran conversión, toda esa fuerza y energía que lo caracterizaban se transformaron en su instrumento de misión para anunciar por todo el mundo conocido la Buena Noticia del Resucitado, e hicieron de él un Apóstol, el más insigne modelo misionero para todo cristiano.
La conversión de Pablo es contada por Lucas en los Hechos de los Apóstoles en diferentes citas (Hch 9, 3-27; Hch 22, 6-16; Hch 26, 12-18), y el mismo san Pablo da también algunos detalles de ese echo en sus cartas (Gal 1, 13; Ef 3, 3; 1Cor 9, 1; 1Cor 15, 8; 2Cor4, 6; Filp 3, 12).
"A partir de su conversión, todo lo que antes constituía para él un valor se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere «hacerse todo a todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas" Papa Benedicto XVI. |